El tenis parece un deporte altamente estructurado: dos jugadores, una pelota, reglas estrictas y un sistema de puntuación preciso. Sin embargo, dentro de ese marco rígido se esconde una dimensión más profunda e invisible: la batalla mental. Cada golpe, cada decisión táctica, cada pausa entre puntos puede convertirse en un arma psicológica.

Y es precisamente en la capacidad de sorprender, desestabilizar o simplemente evitar la previsibilidad donde algunos jugadores consiguen una verdadera ventaja.
En una época en la que la preparación física y la potencia han alcanzado niveles extraordinarios, la diferencia real suele jugarse en otros planos: el mental, el emocional y el estratégico.
Por eso, hay jugadores que, sin tener el saque más rápido ni el golpe más potente, logran vencer a rivales aparentemente más completos. ¿Su secreto? Un dominio refinado del ritmo, la variación y la sorpresa.
En este artículo exploraremos algunas de las estrategias más inesperadas y poco convencionales en la historia del tenis —analizando cómo y por qué ciertas decisiones, antes vistas como extrañas o “no ortodoxas”, han demostrado ser herramientas poderosas no solo para influir en el juego, sino sobre todo en la mente del rival. Desde saques por debajo hasta dejadas repetidas, desde slices lentos hasta rituales obsesivos: nos sumergiremos en ese mundo oculto del tenis que no se mide en kilómetros por hora, sino en momentos de duda, elecciones psicológicas y creatividad mental.
1. Cuando la sorpresa se convierte en estrategia: la ventaja del disruptor
En el tenis, el ritmo lo es todo — y la previsibilidad puede ser un asesino silencioso. Los jugadores se entrenan incansablemente para desarrollar respuestas automatizadas a patrones familiares: intercambios cruzados, direcciones de saque previsibles, posicionamiento defensivo. Pero ¿qué ocurre cuando ese patrón se rompe a propósito? ¿Cuando lo esperado se vuelve inesperado?
Ahí es cuando la sorpresa deja de ser un truco y se convierte en estrategia.
Algunos jugadores — de forma consciente o instintiva — adoptan la disrupción como arma táctica. No buscan solo ganar puntos, sino generar incomodidad, insertar un momento de duda en el flujo mental del rival.
Un drop shot repentino, un cambio de ritmo, un slice con efecto cuando se esperaba una bola plana — no son solo decisiones técnicas. Son fintas psicológicas, diseñadas para obligar al oponente a pensar en lugar de reaccionar.
Estos momentos de sorpresa tienen un peso desproporcionado: un solo gesto inesperado puede cambiar el impulso de un set, o incluso de todo un partido.

Los jugadores disruptivos suelen prosperar en la volatilidad, no a pesar de ella, sino gracias a ella. Hacen que sus rivales se sientan fuera de sincronía, inseguros sobre lo que viene después — y en el tenis, la incertidumbre es tan peligrosa como los errores no forzados.
Ya sea por instinto creativo o por un plan deliberado, la capacidad de introducir caos táctico en un juego estructurado es una habilidad poco común. Y para quienes la dominan, se convierte en su firma — una forma de moldear el partido no solo con golpes, sino con estrategia, ritmo y presión mental.
2. El saque por abajo: la disrupción en su forma más pura
Pocos golpes en la historia del tenis han sido tan incomprendidos — y a la vez tan eficaces — como el saque por abajo. A menudo se lo descarta como algo irrespetuoso o provocador, pero en realidad es una herramienta calculada de guerra psicológica, especialmente contra jugadores de fondo que devuelven desde varios metros detrás de la línea. Y en manos de alguien como Alexander Bublik, se convierte en un arma táctica de verdad.

Bublik ha elevado el saque por abajo a una forma de arte, usándolo en momentos de alta presión y no solo como una excentricidad.
En un partido famoso del Lyon Open 2024, hizo seis saques por abajo en un solo juego al servicio — salvando múltiples bolas de break y dejando al público asombrado.
Lejos de ser una locura, estos saques estaban medidos y dirigidos.
Cambiaron el curso del partido no por su dificultad técnica, sino por su total imprevisibilidad.
Cuando un jugador se enfrenta a Bublik, no solo lucha contra su raqueta — también contra su mente. Un saque por abajo en un momento tenso obliga al rival a cuestionarse su posición, sus supuestos, su ritmo. Introduce la duda, y en el tenis, la duda es veneno.
Esta táctica tiene raíces históricas — la más célebre, el uso que hizo Michael Chang contra Ivan Lendl en Roland Garros 1989 — pero en el tenis actual, dominado por la potencia y la regularidad, emplear un saque tan poco convencional envía un mensaje claro: “No tengo miedo de romper el patrón. ¿Estás listo para perseguir lo inesperado?”
En las manos adecuadas, el saque por abajo no es solo una forma de empezar el punto. Es un botón de reinicio, un factor de disrupción, y a veces, la chispa que enciende el fuego del cambio.
3. Dejadas en serie: un golpe mental antes que técnico
La dejada siempre se ha considerado un recurso de variación — una forma de tomar por sorpresa al rival de vez en cuando. Pero en los últimos años, algunos jugadores la han redefinido como algo más que una sorpresa ocasional. Para Hugo Gaston, Lorenzo Musetti y Fabio Fognini, la dejada ha evolucionado hacia un sistema estratégico: una amenaza constante, un punto de presión, un arma psicológica.
Lo que hace que la dejada en serie sea tan incómoda no es solo su ejecución técnica, sino su repetición.

Una vez es ingeniosa. Dos veces, molesta. Pero cuando se convierte en patrón, obliga al rival a jugar un tenis completamente diferente, tanto física como mentalmente.
De pronto, es arrastrado hacia adelante una y otra vez, sacado de su zona de confort en el fondo de pista, obligado a correr, frenar, agacharse, recuperar.
Su posición en pista está en constante tensión — y también su ritmo mental.
Jugadores como Gaston no usan la dejada solo para ganar puntos, sino para hacer preguntas: ¿Estás listo para avanzar? ¿Puedes cubrir la red? ¿Cuánto odias esta situación? En un partido, especialmente en superficies lentas como la tierra batida, el coste psicológico de perseguir dejadas repetidas puede ser enorme. Genera frustración, inseguridad y a veces incluso pánico.
En este contexto, la dejada deja de ser una táctica. Se convierte en un mensaje — una declaración de que el rival no tendrá paz, que ningún intercambio será rutinario. El partido deja de ser una cuestión de potencia y regularidad para convertirse en una de toque, visión y manipulación. Y si está bien ejecutada, no solo gana puntos. Rompe patrones. Y a veces, rompe también la mente del oponente.
4. Slices agresivos, bolas cortas, globos altos: golpes que desconciertan
No todos los golpes ganadores aparecen en los vídeos destacados.
Algunos no provocan aplausos ensordecedores ni generan millones de visualizaciones — pero sacuden al rival y cambian el equilibrio mental de un partido.
Entre las herramientas más desestabilizadoras a nivel psicológico en el tenis se encuentran los slices agresivos, las dejadas suaves y los globos altos y flotantes — lee más sobre su física aquí.
No deslumbran con potencia — frustran con irregularidad.
Estos golpes introducen cambios repentinos de velocidad, efecto y trayectoria, todo lo cual obliga al oponente a reajustarse constantemente.
Un slice bajo y mordido se desliza en lugar de botar. Un globo alto y lento interrumpe el ritmo. Una bola corta y suave exige una carrera rápida hacia adelante, seguida de un toque delicado.
El rival ya no solo juega al tenis — tiene que recalibrarse después de cada golpe.
Este arte de “no dar ritmo” es una estrategia cada vez más habitual, especialmente entre quienes combinan defensa con transiciones tácticas.

Emma Raducanu, por ejemplo, usa slices lentos y globos defensivos no solo para sobrevivir a un intercambio, sino para resetearlo a su manera. Carlos Alcaraz, aunque es conocido por su potencia explosiva, domina el uso de bolas cortas o globos altos en momentos inesperados, especialmente cuando pasa de la defensa al ataque. Su disposición a “bajar la intensidad” en medio del punto mantiene al rival en constante incertidumbre.
Estos golpes no aportan solo variación técnica. Crean tensión: tensión mental. El oponente nunca logra entrar en ritmo, porque el juego cambia de forma una y otra vez. En lugar de fluir, queda atrapado en una serie de microajustes, cada uno de los cuales abre la puerta a errores y dudas.
Así, incluso el golpe más humilde — un slice, un globo, una bola corta — se convierte en un juego mental. No será glamuroso. No será viral. Pero puede ser devastador.
5. Saque y volea en el tenis moderno: el regreso del riesgo calculado
Alguna vez fue un estilo dominante, pero hoy el saque y volea es casi una reliquia — una especie en peligro de extinción en un panorama dominado por intercambios desde el fondo y devoluciones potentes. Pero precisamente por su rareza, cuando aparece puede tener un gran impacto psicológico.
Jugadores como Maxime Cressy han apostado por completo por esta táctica clásica, trayéndola al tenis de los años 2020 con valentía sin complejos.
Otros — como Stefanos Tsitsipas o incluso Roger Federer en sus últimos años — la usan de forma esporádica, pero estratégica.
En ambos casos, el saque y volea funciona como una jugada de alto riesgo y alta recompensa que toma por sorpresa al rival.
Y como es tan poco frecuente, es difícil de anticipar. Y en el tenis, lo inesperado suele doler más.
La presión mental que esta táctica ejerce sobre el restador es enorme. En lugar de acomodarse para devolver con comodidad un segundo saque, de repente tiene que lidiar con un rival que ya está encima de la red. La elección de golpe se apresura, el tiempo se acorta. Incluso un gran restador puede perder claridad cuando no se le da el lujo de un peloteo.

Más que una táctica, el saque y volea es una declaración de intenciones: estoy mandando desde el primer golpe.
Cambia el guión habitual, en el que el sacador evita errores y el restador construye presión. Ahora es el restador quien se siente atacado desde el inicio.
En un juego cada vez más basado en la seguridad y el porcentaje, el saque y volea reintroduce la incertidumbre.
Inyecta tensión, obliga a decidir, y — en las manos adecuadas — transforma una agresividad de otra época en un arma psicológica moderna.
6. Teatro y provocación: cuando la psicología se convierte (casi) en espectáculo
Algunos jugadores no solo juegan al tenis, lo interpretan. Para Nick Kyrgios, Gaël Monfils, Benoît Paire y Alexander Bublik, la pista es tanto un escenario como un campo de batalla. Sus gestos, su lenguaje corporal, sus pausas súbitas, sus reacciones exageradas e incluso sus silencios forman parte de un repertorio psicológico único, diseñado para desestabilizar al oponente.
Este tipo de teatro en pista no es solo entretenimiento. Es estrategia. Una raqueta estrellada, una sonrisa sarcástica, una protesta al juez — no son estallidos aleatorios. Pueden romper el ritmo, cambiar la energía del público, ralentizar el juego o simplemente obligar al rival a pensar en todo menos en el siguiente punto. ¿El resultado? Confusión, irritación o pérdida emocional en jugadores que dependen de la estabilidad.
Kyrgios, en particular, ha perfeccionado el caos. En un momento juega un tenis brillante, y al siguiente discute con un espectador.
Para un rival estructurado y disciplinado, esa energía imprevisible puede ser profundamente perturbadora. El partido se vuelve más difícil de leer, de prever y de controlar.
En esta forma de guerra mental, el objetivo no es siempre dominar con habilidad pura, sino invadir el espacio mental del adversario, hacerlo sentir incómodo en niveles que las estadísticas no registran.

Para los jugadores más lineales o emocionalmente rígidos, enfrentarse a este caos teatral puede parecerse a jugar en medio de una tormenta: ya no luchan solo contra el golpe del rival, sino contra toda una atmósfera diseñada para desequilibrarlos.
6bis. El antivibrador: un silenciador mental
En el contexto de las estrategias mentales en el tenis, el antivibrador es un accesorio pequeño con un impacto psicológico sorprendentemente grande: de hecho su verdadero poder reside en aportar estabilidad mental al jugador.

Su efecto primario es acústico: suaviza el sonido agudo del “ping” que se produce al golpear la pelota, reemplazándolo por un tono más apagado y acolchado.
Este cambio de sonido puede mejorar la concentración del jugador, reducir las distracciones auditivas y favorecer una inmersión más profunda en el partido.
En situaciones de alta presión — como en bolas de break o tie-breaks — este efecto de silencio puede ayudar al jugador a mantenerse tranquilo y centrado.
Además, muchos jugadores dicen sentir mayor control y precisión al usar antivibrador.
Aunque el efecto sea mayormente psicológico, ese placebo suele ser suficiente para reforzar la confianza. Y en el tenis, la confianza lo es todo.
En resumen, el antivibrador, aunque pequeño y a menudo ignorado, puede actuar como un estabilizador emocional. No solo absorbe vibraciones — absorbe ansiedad, ayudando al jugador a permanecer enfocado y equilibrado mentalmente durante todo el partido.
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7. Rituales de control: Djokovic, Nadal y la fortaleza mental
Si Kyrgios y compañía abrazan el caos para desestabilizar, otros construyen orden para resistirlo. Para Rafael Nadal y Novak Djokovic, los rituales no son manías. Son escudos. Ofrecen estructura mental, regulación emocional y control en situaciones de presión dentro de un deporte con infinitas variables.
Las rutinas de Nadal son meticulosamente conocidas: la colocación de sus botellas de agua, el orden en que cruza las líneas, el número exacto de botes antes de sacar.
Lejos de ser supersticiones, estos gestos lo anclan, creando un ritmo propio que no depende del rival ni del ambiente. Son su punto de referencia.
Los rituales de Djokovic son más internos pero igual de potentes: respiraciones profundas entre puntos, gestos específicos antes de sacar, momentos de quietud concentrada antes de devolver.
Estas prácticas le permiten reiniciarse emocionalmente, gestionar la frustración y mantener la energía mental durante partidos largos.

Estos jugadores no solo se preparan físicamente — preparan su estado mental. Sus rituales les ofrecen una burbuja de control en el mundo impredecible del tenis profesional. Y cuando todo parece desmoronarse — una mala decisión, un set perdido, un público hostil — esos hábitos se convierten en salvavidas.
En contraste con los disruptores que buscan romper el ritmo, Nadal y Djokovic dominan el arte del control mental. Neutralizan el caos externo con orden interno — y así obtienen una ventaja distinta: no rompiendo el ritmo del rival, sino sin permitir que se rompa el suyo.
8. La mente decide: entre disrupción, intuición y dominio
Si hay un hilo conductor que une todas las tácticas exploradas en este artículo, es este: toda estrategia apunta, en última instancia, a la mente. Ya sea una dejada inesperada, una pausa teatral o un ritual meticuloso, cada acción busca influir en la dimensión psicológica del partido — desestabilizando al rival o reforzando el propio control.
El tenis no es solo una prueba de habilidad. Es un duelo de percepción. ¿Quién detecta antes el cambio de inercia? ¿Quién se adapta más rápido? ¿Quién se recupera mejor tras un error? Es una lucha de regulación emocional, de ritmo mental, de saber cuándo acelerar y cuándo frenar.
Los jugadores que triunfan al máximo nivel no son solo los más potentes ni los más precisos. Son los que comprenden cuándo variar, cuándo sorprender y cuándo resistir. El juego mental no aparece en las estadísticas, pero se manifiesta en cada duda, cada error forzado, cada giro de momento.
Dominar el aspecto psicológico del tenis no es ser inquebrantable. Es saber doblarse sin romperse — bailar con el caos, imponer el ritmo o hacerlo desaparecer. La verdadera ventaja, en muchos partidos, reside en lo que el rival no ve venir — y en cómo reacciona mentalmente cuando ocurre.
9. Conclusión: La verdadera fuerza está en la flexibilidad
En el tenis, golpear fuerte y correr rápido siempre tendrá su importancia. Pero el verdadero factor decisivo — el que suele inclinar partidos y títulos — es saber cuándo romper el ritmo.
El jugador más peligroso no es necesariamente el más potente ni el más constante. Es el que puede mantenerse mentalmente alerta, cambiar de marcha y hacer que el rival se sienta incómodo de formas difíciles de medir. El tenis recompensa la inteligencia, el timing, la creatividad — y el valor de salirse del guion cuando el momento lo exige.
Porque, en el más alto nivel, los partidos no los gana quien golpea más fuerte. Los gana quien piensa con más claridad.